La leyenda dice que en Tenochtitlán, vivía un emperador y su hija única, Iztaccihuátl. Todos los guerreros de la ciudad desean que el emperador les conceda la mano de su bellísima hija. Sin embargo, la princesa se enamora del gentil capitán, Popocatépetl, quien a su vez ama a Izta. El emperador decide aprovecharse de este amor mutuo para acabar con el cacique de la tribu vecina. Le exige a Popo que encabece el ejército del imperio para derrotar al enemigo. A Popo le emociona que un triunfo pueda resultar en su matrimonio con Izta. Acepta el reto y se va a la guerra. Después de muchas terribles batallas, Popo logra vencer al cacique. Mientras tanto, un guerrero ambicioso del ejército se separa de las tropas y corre al palacio. Le informa al emperador que su ejército ha triunfado, pero que Popo ha muerto en el último combate. Aunque el emperador lamenta que Popo haya fallecido, felicita al guerrero y le permite que se case con Izta. Pero Izta no quiere casarse con otro, sino con su amor verdadero, Popo. Por eso, Izta no quiere que se realice el matrimonio. Pálida y llorosa, Izta cae muerta. Al día siguiente, Popo llega al palacio. Corre al salón central y encuentra a su amada sin vida en un altar. Se acerca a la princesa y le implora: ”¡No nos separemos nunca! ¡Permanezcamos juntos para siempre!” Popo recoge al cadáver y lo lleva a la Sierra Nevada. Tiende a su amada en una colina y se sienta a su lado a protegerla. Los dioses se compadecen del valiente guerrero y convierten a los amados en dos hermosos volcanes: el Cerro humeante y la Durmiente blanca.




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